NUNCA SERA EL MISMO
“ Era el rostro más horrible que había visto” —dijo el voluntario Bautista del Sur Jack Hinton en su viaje a la isla caribeña de Tobago. Se encontraba entonces dirigiendo el tiempo de alabanza en el servicio de adoración en una colonia de leprosos.
En lugar de seleccionar los cantos él mismo, el pastor oriundo de Carolina del Norte, preguntó a los leprosos cuáles eran sus canciones favoritas. Cuando llegó el tiempo de entonar la última canción, una mujer que estaba sentada de espalda al púlpito se dio la vuelta. Le faltaba la nariz, las orejas y casi había perdido sus labios en su totalidad. “Levantó su mano sin dedos y preguntó: ‘¿Podemos cantar ¡Bendiciones, cuántas tienes ya!?’”
Sumamente conmovido, Hinton tuvo que abandonar el servicio. Otro voluntario lo siguió afuera para consolarlo. “Jack” —le dijo— “yo creo que nunca más podrás cantar esa canción, ¿verdad?”
–“Oh, sí lo haré” —dijo Hinton— pero nunca más la cantaré de la misma forma”.
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